Uno de los temas más conflictivos para las iglesias evangélicas y pentecostales es el relacionado con los dones espirituales. A lo largo de un siglo se ha lanzado piedras de lado y lado aduciendo la falta del Espíritu del un lado y la falta de coherencia bíblica del otro.
Uno de los textos que más conflictos genera al respecto es el de 1 Corintios 12 en el cual el apóstol Pablo enumera una serie de dones espirituales que se debería considerar. El hablar en lenguas, la profecía, la sabiduría y la ciencia son algunos de los que se mencionan en dicho texto. En función de una lectura poco meticulosa se alude a ellos como a dones dados de una vez para siempre. Fuera de ellos no hay más dones y sin ellos habría que dudar de la presencia del Espíritu en un congregación.
Sin embargo, si nos detenemos a realizar una lectura más pausada del texto en cuestión notamos algunos elementos que nos pueden ser de ayuda para este diálogo entre las iglesias históricas y las pentecostales.
Lo primero que se menciona es referente a la diferencia entre los creyentes y los paganos. De los de afuera, hace alusión Pablo, es común ver que son arrastrados de un lado a otro como se arrastra a los muñecos (1 Cor. 12:2) mientras que ahora esto no puede ser así. Justamente en el primer verso de este capítulo, Pablo dice que quiere que no se tenga desconocimiento de lo relacionado a los “espirituales”. La secuencia que se da nos hace inferir que Pablo está aquí advirtiendo sobre los desórdenes que podrían darse en medio de una reunión en la cual se empezase a adjudicar al Espíritu cualquier tipo de manifestación por más extraña que esta fuera. No somos esclavos del Espíritu. Por el contrario, el Espíritu nos da la libertad de actuar de acuerdo a nuestro fuero interno.
Así pues desde el primer texto quedan eliminadas las alusiones a la obra del Espíritu cuando se realizan actos deshonrosos o que generen el caos.
Lo segundo que plantea Pablo en alusión a los dones del Espíritu es la unidad existente entre ellos. Contrario a lo que sucedía entre los pueblos paganos donde surgían eventualmente conflictos entre las personas que adoraban a diferentes dioses con el pretexto de que uno u otro de los dioses era superior, Pablo advierte que entre los creyentes esto no se puede dar pues los dones provienen del mismo Dios y por lo tanto proveen a la iglesia igual bendición de uno u otro modo.
De hecho, la alusión que hace Pablo a la trinidad en los versos 4-6 perfectamente nos podrían proponer la idea de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como ejemplo a seguir en el uso de nuestros dones espirituales.
De hecho, en el verso 7 el apóstol culmina esta idea proponiendo que los diversos dones dados a cada uno tienen el propósito final de ser usado para el bien de todos. No son provistos, pues, al creyente, sino a la iglesia por medio del creyente. La labor de este último es poner el don dado por Dios al servicio de la beneficiada: la iglesia.
Las distinciones existentes entre los diversos dones deben ser comparadas con las diferencias existentes entre los diferentes miembros del cuerpo.
Pablo con cierta premeditación parece utilizar esta comparación que ya los clásicos griegos habían hecho entre la sociedad y el cuerpo humano. La iglesia es una nueva humanidad, una nueva nación que se encuentra viviendo el ya aunque de manera borrosa la llegada del Reino de Dios. Así pues, los dones, lejos de motivar las discordias y resentimientos, deben ser un instrumento para fortalecer a la congregación en el amor mutuo. Cuando los dones no son usados para el fortalecimiento de todos en la comunidad pierden su razón de ser. De hecho Pablo les muestra en el siguiente capítulo, por medio de la agrupación de 6 dones lo irrelevantes que estos son si no se encuentra germinando y fortaleciéndose el amor.
No se cierra el texto bíblico a una lista literal de tantos dones. Sólo da algunos ejemplos de los dones. Siendo el objetivo, el ayudar a la iglesia en medio de sus necesidad, no es descabellado suponer que en algún momento determinado Dios haga surgir nuevos dones con el fin de hacer crecer a su Iglesia en el amor mutuo.
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