Los cultos contemporáneos que se han ido difundiendo cada vez con
más fuerza tienen en común el interés de llamar la atención de
ciertos grupos sociales. Generalmente el sector juvenil. Con el fin
de hacer más atractiva para ellos a la iglesia, líderes visionarios
han determinado que lo más adecuado es darles justamente lo que
tanto anhelan -un espectáculo-, pero dárselos con una pequeña
dosis de religión. Los chicos disfrutan de la adrenalina, la música
y la diversión y mientras se les inculca la idea de que deben
continuar asistiendo a los cultos para poder ser salvos.
Algo similar sucede con los adultos. Sólo es necesario saber con qué
anzuelo van a pescar los unos o los otros. La posibilidades de
adaptación son inmensas y hoy en día las iglesias emergentes dan
aún más posibilidades de adaptación: un espacio privado
cotidianamente y eventos espectaculares con relativa frecuencia. De
todos modos, no hay como las megaiglesias para lograr grandes
estallidos de algarabía, éxtasis y emoción que generan esa especie
de vinculación adictiva o patológica a la iglesia. Como alguien
enganchado a la droga, muchos vuelven por más.
Hay quienes no ven problema en esta especie de adicción por la
iglesia. El problema es que la droga no produce transformaciones
positivas, sólo desinterés por la realidad y adicción a la
sustancia. Así pues, cuántas personas en iglesias grandes terminan
haciendo de la iglesia sus vidas y olvidan la que dejan fuera del
templo. Si el mensaje de Jesucristo tiene como propósito hacer feliz
a la gente, pues estas megaiglesias lo están logrando. Si por el
contrario, la labor que se propuso Jesucristo fue que nos
arrepintiéramos y nos volviéramos a Dios de manera que empezáramos
a cambiar nuestra manera de vivir de manera positiva, entonces,
dichas congregaciones están lejos de cumplir con el propósito de
Dios.
El mensaje, como nunca antes, se ve presionado a adaptarse a las
circunstancias. En algunos casos debe reducirse a estribillos
repetitivos en canciones “pegajosas”. En otras debe ser dado en
función del estilo litúrgico adoptado. Por lo general, y
considerando la importancia que tendrán las ofrendas para estos
modelos, el mensaje deberá concentrarse en la motivación, el
fortalecimiento de las relaciones de dependencia de la persona para
con la iglesia o la canalización de todas las frustraciones hacia un
personaje a quien poder odiar: satanás. Esto, evidentemente, hace
que la persona se sienta mejor al suponer que si le va mal es por
alguien diferente de sí mismo. Pero por otro lado, impide que la
persona asuma su responsabilidad y las consecuencias de sus actos.
Siempre que se enfrenta a un pecado en su vida, el Diablo toma la
posta y asume la culpa del creyente.
No hay crecimiento espiritual, sólo dependencia de un culto
motivacional, de un líder carismático y de un espacio de catarsis
para descargar todas las preocupaciones al ritmo de una música
suave, una voz dulce y un estribillo recurrente.
Las iglesias en la medida en que se aferran a la evaluación de sus
resultados en función del número de asistentes, están condenadas a
cambiar la liturgia de adoración a Dios, la meditación de su
palabra y la gratitud por sus beneficios recibidos, por un momento de
motivación, catarsis y pago desmedido.
En nosotros está decidir si seguiremos el modelo del actual estado
de cosas o si buscaremos su transformación por medio de los
elementos que plantea el texto bíblico para la celebración de la
liturgia.
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