viernes, 28 de septiembre de 2012

La educación teológica en Ecuador

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El cierre de la Universidad Cristiana Latinoamericana no es el mayor problema que afronta actualmente la educación teológica evangélica ecuatoriana. Este último no es más que la consecuencia de múltiples errores que la iglesia evangélica ha venido cometiendo a lo largo de los años.

No creemos que haya sido un error la depuración del sistema educativo superior. Era una necesidad latente de nuestro país. Es posible que la forma cómo fue realizada la misma dejara muchos sinsabores, pero no podemos cegarnos a la crisis educativa que vivía -y vive aún- la educación ecuatoriana. Al momento, queda un tremendo abismo por zanjar entre la educación secundaria y la universitaria, el mismo que de no achicarse dejará a una gran cantidad de estudiantes de la clase baja sin posibilidades de acceder a los estudios universitarios. Esto último debido, claro esta, a las falencias de la educación secundaria en las zonas periféricas.
De todos modos, el problema educativo de las iglesias evangélicas tiene más que ver con lo que Jean Pierre Bastian describía como una reducción del poder de transformación por parte de las iglesias históricas debido al sorpresivo crecimiento de los movimientos evangélicos a mediados del siglo XX en América Latina. Eran aquellas iglesias las que alentaban a una comprensión teológica más reflexiva que la que proponían los movimientos evangélicos del sur de los Estados Unidos. La evangelización fruto de los movimientos de santidad de finales del siglo XIX no tenían mayor interés en la educación teológica pues su convicción era la inminente venida de Cristo. 
En la actualidad en Ecuador son varios los seminarios que desarrollan sus actividades, sin embargo, todos ellos tienen un corte evangélico o tienden a esa línea con el fin de adaptarse al mercado teológico ecuatoriano de mayoría evangélica.
La tónica de todos nuestros seminarios es el estudio doctrinario de la Biblia. Evidentemente, lo que interesa no es la profundización del texto tanto como la formación de líderes que se acoplen a la doctrina de la denominación a la que se pertenezca. Las dudas y cuestionamientos que puedan hacerse a los propios cimientos denominacionales quedan fuera. El conocimiento de las ciencias humanas es realizado siempre con la debida vigilancia de las autoridades. Y todo en un clima de compañerismo que descuida el rigor en la evaluación de los aspirantes a teólogos.
Hay seminarios que han conseguido cierta autonomía respecto de sus líderes denominacionales pero esto no ha significado una mejora de la enseñanza teológica. Por el contrario, esta relativa libertad ha redundado en un desordenado criticismo que poco tiene que ver con el espíritu científico al cual se pretende llegar.
Si a esto sumamos la forma conventual en la que se desarrollan los estudios teológicos, tenemos los resultados que podemos palpar hoy por hoy. 
La reflexión no es fruto de la asimilación de un corpus doctrinal, sea este conservador (evangélico) o liberal. Cada seminario de manera independiente desarrolla a su liderazgo sin acercarse a los otros seminarios salvo eventuales actividades. Poca o ninguna investigación se propone entre el alumnado. No se proyecta la adquisición de fondos que tengan como objetivo la realización de dichas investigaciones. No se hace mucho por tratar de fortalecer el diálogo teológico por medio de publicaciones periódicas.
La eliminación que se realizó de las universidades de categoría E en nuestro País fue fruto de un análisis que descubrió que la mayoría de ellas hacían de la educación un negocio. Las razones de esta conclusión eran que no había investigación, ni publicaciones, había pocos profesores a tiempo completo y a estos se les daba poco o ningún tiempo para la investigación académica. Estas son características que podemos encontrar en nuestros seminarios. ¿Qué sucedería si mañana el gobierno decide realizar una evaluación de los seminarios evangélicos?
Esto no es culpa de los rectores, presidentes o profesores de los distintos seminarios. Es responsabilidad de la iglesia evangélica y de cada uno de quienes formamos parte de ella, pues hemos decidido darle muy poca relevancia a la educación teológica. No es de extrañar que muchos padres piensen en esta carrera como la última opción si su hijo no consigue un buen desempeño en otras carreras.
Levantar el nivel de la educación teológica ecuatoriana no debería ser el fruto de la amenaza de un gobierno que exige calidad académica. Este deseo debería ser el fruto de una iglesia que quiere cimentar adecuadamente su fe en Jesucristo. El fortalecimiento de los seminarios no debería ser la lucha personal de un par de profesores o algún rector bienintencionado. Al contrario debería ser el clamor de todo un pueblo evangélico que necesita herramientas sólidas para enfrentar una sociedad anticristiana. El liderazgo de las distintas denominaciones debe considerar la importancia de la educación teológica, pero también los creyentes. Quizás sea allí donde debamos decir que el mayor peso de la responsabilidad recae sobre los pastores quienes deben advertir a los creyentes sobre el valor y la importancia de una educación teológica de calidad. De no fortalecer nuestra educación teológica, lo más probable es que no sea el gobierno quien termine siendo el mayor peligro para los seminarios sino la paulatina secularización de los mismos creyentes por falta de una sólida instrucción teológica.